ADVERTENCIA PRELIMINAR
Existen
en la humana conducta social, ejercicios y técnicas hasta cierto punto
impudorosas para llamar la atención de otros sobre uno mismo.
En
la infancia, esto consistía en ocasiones en golpear con estudiada displicencia el
suelo con los pies, así como al desgaire, cuando uno quería que le admiraran
los zapatos nuevos. Luego, a comienzos y durante la adolescencia (y bueno,
también después), el asunto principal era arreglárselas de algún modo, para atraer
la mirada de las muchachas de entonces, que siempre eran precisamente aquellas
que a uno no le daban boleto.
Como
sea, eran costumbres muy candorosas, y podríamos suponer sin grandes riesgos de
equivocarnos, a menudo inútiles en extremo.
Mucho
menos ingenuo es el estrépito del “autobombo”, que así se llama en chileno la
práctica desvergonzada del autoelogio, y que en la esfera del exhibicionismo
político y farandulero él suele alcanzar niveles evidentes de indecencia y
estulticia.
Digo
todo esto como frágil preámbulo justificativo de los textos que siguen a
continuación. Ellos fueron leídos durante el acto de presentación de mi novela “Prontuarios
y Claveles”, el pasado martes 6 de septiembre. Cometo pues, el impúdico acto de
darle al “bombo” en causa propia. Sólo me resta agregar, como excusa final, que se trata de un
bombo chiquito y sonido asordinado.
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PRONTUARIOS Y CLAVELES (1)
José Miguel Varas
Premio Nacional de Literatura
Este es un libro fácil de leer y difícil de comentar. Una
de sus características más notable es la fluidez extraordinaria con que se
desarrolla la narración, a tal punto que el lector se siente transportado, como
por una escalera mecánica de un suceso a otro, de una página a otra. Y eso
ocurre, aunque pasan cosas morrocotudas y aunque el narrador principal que es
el escritor Jota-Jota Meruane no ahorra comentarios y opiniones sobre el Chile
actual y el del pasado reciente fuera de múltiples alusiones culturales.
Este es un libro sobre el exilio y su autor es un exiliado.
Me temo que para muchos compatriotas ésta no sea, precisamente, una
recomendación. El exilio no tiene buena prensa en Chile. Los exiliados suelen
estar rodeados de sospecha y, con frecuencia de envidia. Se estima que un
millón de chilenos o algo así lo vivieron a lo largo de los 17 años de la
dictadura, o más, repartidos en unos 50
países de todos los continentes. En Chile el desconocimiento sobre lo que
significa el exilio para quienes lo sufren es colosal.
Lo ha dicho con elocuencia y precisión el autor Omar
Saavedra Santis, doblemente exiliado en Alemania por más de 30 años, exilio que inició
en un pequeño país alemán que ya no existe, la RDA, y que luego continuó, sin moverse
un milímetro del lugar donde estaba, en otro país alemán más grande y diferente
del primero.
“Prontuarios y claveles” es una novela del exilio, de la picaresca
del exilio. Pero también de la picaresca política nacional, o, más exactamente,
del poder. Quedó atrás la época del heroísmo, de las gloriosas certezas y del
futuro luminoso. La dictadura se desinfló sin dramatismo, muy a la chilena, y
lo que vino después fue… lo que hoy vemos. Omar Saavedra Santis aclara que el
exilio no es el único tópico de su literatura, ni siquiera es uno muy
relevante, “pero no olvido que él es la circunstancia inicial y política que ha
marcado toda mi existencia en la lejanía y bajo la cual ejerzo mi oficio de
escritor con unas ganas muy parecidas a la pasión erótica”.
El escritor Jota-Jota Meruane, Juan José, personaje
principal y autor de la intriga central de la novela, es un hombre sin
ilusiones ni esperanzas, que en las páginas iniciales está considerando
seriamente la posibilidad del suicidio y en las finales vuelve sobre el tema,
aunque al mismo tiempo, en lo que cuenta y en lo que piensa predomina la mirada
humorística, escasa en las letras nacionales. Escritor exiliado, se gana la
vida escribiendo sesudas tesis científicas para estudiantes porros y artículos
sobre variados temas en cuatro idiomas. A pesar de su escepticismo esencial, o
existencial, Meruane confía en el poder de la palabra, y la peripecia que la
novela relata demuestra que ese poder existe, aunque sus resultados resulten a
veces imprevisibles.
Todo gira en torno a la estrafalaria idea del insufrible
Indalecio Puente de establecer una relación con la Presidenta Argentina Valdés (nombre
no sólo improbable sino imposible) con
quien ha tenido un encuentro fugaz
muchos años antes, en 1976, y en la desaparecida RDA, donde ella estudiaba
alemán en el Instituto Herder de Leipzig. Puente es un actor de talento, que
alguna vez fue cura y también, en otro momento, militante comunista. Un pesado,
un cargante, un bacalao, un “chanta” se dice hoy, a la manera rioplatense, para
quien ser antipático es su forma natural de ser. Así lo ve Meruane. Lo cual no
le impide secundarlo en su plan. Lo que se ha propuesto Indalecio es conmover a
la Presidenta con una carta muy personal en la que se haga referencia a aquel
encuentro ocasional (en el que no pasó nada más entre ambos, que tres piezas de
baile) y se anude una relación que finalmente le permita a Puente conseguir una
pega diplomática o similar de modesta categoría.
No hay para qué entrar en muchos detalles. La novela hay
que leerla. Sí quiero destacar la habilidad y el talento con que el autor crea
personajes, juega con ellos, los hace dialogar o, en última instancia los
transforma. Meruane se va haciendo más complejo en el curso del relato, muestra
una erudición sorprendente en materia musical, plástica y literaria y no es el
mismo al final de libro. Tampoco Indalecio, quien descubre dentro de sí mismo –después
de Meruane- y permite que salga espectacularmente del closet, el homosexual de
su fuero íntimo. Frau Engelmann, la vecina alemana, una vieja chica, entrecana
y pizpireta, cuya voz desde la casa de al lado paraliza a Meruane precisamente
cuado se dispone a suicidarse lanzándose por el balcón, muestra atractivos
insospechados y manifiesta un erotismo envolvente cantando con dulzura arias de
óperas italianas que poseen cualidades
excitantes. En el libro encontramos dos personajes literarios del reino animal, con los que dialoga Meruane: el cuervo Edgar, que a todas las preguntas responde con un sepulcral "Nevermore"; y el robusto gato Rodolfo que trepa a lo alto del ropero de Frau Engelmann y sonríe de manera maligna como el gato de Cheshire en "Alicia en el país de las maravillas".
Particularmente interesante resulta Beatriz Walcott, la enana amiga y asesora de la Presidenta, que es como la voz de su conciencia, y de la de todos, incluído el propio Jota-Jota Meruane.
Libro curioso por su tema, por su estilo, por sus personajes, muy
diferente de todos los que se escriben y publican en este tiempo, por la visión
que transmite de una época, que es y no es la actual, y de un país llamado
Chile donde muchos, o algunos de los exiliados de ayer viven con una sensación
de extrañeza, sin terminar de posar los pies en tierra, una especie de segundo
exilio.
PRONTUARIOS Y CLAVELES (2)
Cristian Montes Capó
Prof. Literatura Chilena Contemporánea
Universidad de Chile
1) La novela Prontuarios y claveles (2011) de Omar Saavedra Santis, tensiona y
productiviza las complejas relaciones entre ficción y realidad. Su lectura
posibilita entender de qué manera la ficción literaria se erige como un espacio
privilegiado para develar ciertas condiciones de lo real, en este caso de la
realidad chilena y de ciertos personajes claves en la historia del país.
Demuestra así que la ficción literaria, no solo puede hablar por la realidad
sino también complejizarla y hacerla, en definitiva, accesible al sujeto. A
través de los mundos fictivos que las novelas configuran, y por la dimensión de
la subjetividad que en ellas está más presente que en otras disciplinas, se
logra alcanzar un develamiento de la realidad más iluminador del que logran
otro tipo de discursos. Por tal razón los vínculos
entre ficción y realidad no deben comprenderse como una oposición entre sus
términos, sino como una relación de comunicación.
2) En consecuencia con lo anterior, es
necesario enfatizar que Prontuarios y claveles no pretender
constituirse en un reflejo de la realidad chilena en tiempo del gobierno de
Michele Bachelet. Sin embargo, es en la realidad histórica donde radica el
impulso para construir justamente la ficción literaria. La motivación de la
escritura y su proceso de gestación tiene por fin, en este sentido, tematizar
una experiencia fundamental en el desarrollo histórico de Chile, como es la
presencia de la primera presidenta mujer, situación que se liga a lo que ha
ocurrido con Cristina Kirchner en Argentina, Dilma Roussef en
Brasil, Laura Chinchilla en Costa Rica, entre otras mujeres que le han dado un
sello y una vitalidad renovada al ejercicio de la política. La inserción del tema del género permite
visualizar las formas en que una determinada pertenencia sexual se refleja en los modos de hacer política.
En
este contexto, el discurso de ideas del texto denuncia, a nivel implícito, el oportunismo enquistado en algunas
prácticas donde la autenticidad y la honestidad están ausentes de las conductas
habituales. En este sentido, la eventual preocupación por el problema de las
minorías sexuales, por ejemplo, aparece en el texto como un recurso para
granjearse simpatías y profitar de los beneficios del poder. Respecto a los
sucesivos gobiernos de la concertación y a la transición democrática, quien
encarna la voz crítica en el texto, denuncia
“La obsecuencia de los gobiernos de la coalición democrática frente al
poder militar”. La imagen del país que se denuncia es aquella que revela cómo
Chile se fue convirtiendo en epicentro del neoliberalismo y de una “modernidad
transgénica”. La pérdida de sentido histórico y de especificidad cultural
generan, una crítica a una forma de convivencia signada por el narcisismo
individualista y a “un país que hacía mucho tiempo había permutado su identidad
por un reality show. “
3) En cuanto al aspecto constructivo de Prontuarios y claveles, la estrategia
narrativa opta por la oscilación constante entre el presente y el pasado,
puesto que allí están las claves, que, cuidadosamente dosificadas, permiten la
comprensión de los acontecimientos descritos. Llama la atención en este proceso
todo lo relativo a la construcción de los personajes, entendiendo por esto el
conjunto de valoraciones, prejuicios, motivaciones y la densidad psicológica
que los define. En esta configuración de caracteres, donde brilla especialmente
el personaje llamado Beatriz, amiga y confidente de la presidenta, se hace
evidente la influencia de la didáctica teatral y sus procedimientos de construcción
de caracteres. Puede verse así, por ejemplo, en el caso del personaje Indalecio
Puente, que su función se define como un proceso de autoconstrucción, es decir,
de llegar a ser ese que en definitiva escoge ser, dadas las exigencias de la
trama en la que se halla envuelto y de la cual es responsable. En Prontuarios y claveles es posible
advertir la disposición del autor implícito de cautelar que los personajes
nunca sean absorbidos por un lenguaje contrario a lo que verdaderamente son,
puesto que su imperativo fundamental como personajes, es ser fieles a su propia
biografía. La dimensión dialógica de la novela se nutre con las voces autónomas
que pueblan la representación sin dejar que la voluntad autoral se imponga
sobre personajes que ya han encontrado su lugar en el tejido dramático. Este
aspecto del proceso constructivo de los personajes evidencia el dispositivo
teatral responsable de la configuración de mundo. La presencia de la dinámica
del teatro se procesa a la vez dentro del juego narrativo, puesto que, a nivel
de la historia, los personajes deben actuar el personaje que van
construyéndose. La comedia de equivocaciones en la que se hallan inmersos se
une, además, a que tanto el narrador como su antiguo compañero Indalecio Puente
fueron estudiantes de teatro en los años 1970, en los tiempos en que Allende
fue electo.
4) Prontuarios
y claveles tiene como aliado fundamental en la configuración de mundo la
presencia del humor. La forma de narrar, las características de la perspectiva
semántica, los dobleces de los personajes, la diferencia entre el modo que se
perciben y cómo los procesa el lector, el tipo de imaginación involucrada, lo
febril de los acontecimientos, el delirio de ciertas escenas, la figura que
conforman los personajes, entre otros aspectos, refuerzan la idea de que el
humor es, en definitiva, una forma diferente de procesar la realidad. La
comicidad y la risa a ella asociada le otorga a esta dimensión carnavalesca del
texto de Omar Saavedra el status de una auténtica catarsis y la capacidad de
desacralización del mundo representado. La palabra indirecta, la polivalencia
interpretativa, la ausencia de cualquier certeza autoritaria en la conciencia
narrativa, encuentran su génesis en una enunciación eminentemente lúdica y
lúcida. El humor y la risa, por lo tanto, son verdaderos dispositivos de
desenmascaramiento del mundo, de los personajes y del sujeto escritural.
5) La escritura de Prontuarios y claveles es representativa de una condición de la
literatura, entendida como mathesis, sugiriendo con ello la capacidad de
contener diversos tipos de saberes al interior de la representación. En el caso
de la novela de Omar Saavedra esta característica alcanza un particular
despliegue, puesto que la enciclopedia cultural activada involucra saberes como
la literatura, el arte, el teatro, la historiografía, la arquitectura, la
política, entre otros. Dentro de esta imbricación hay, sin embargo, un saber
que predomina y moldea una especie de discurso al interior del universo
narrativo: la música. Las funciones que cumple en el texto dicha disciplina
artística es variada y rebasa el nivel temático para configurarse como un
potente elemento de significación. Es elocuente, al respecto que el repertorio
que escucha el escritor Meruane está íntimamente ligado a su estado de ánimo y a las cualidades
performativas de la música. Escucharla y fusionarse en su universo sonoro
deviene experiencia privilegiada para contrarrestar la precariedad del devenir
cotidiano: “La música y la ópera lo desintoxicaban de las mordidas ponzoñosas
que le asestaba la mediocridad nuestra de cada día”.
Para Meruane la música es una pasión que
cultiva con la constancia de un melómano y de un coleccionista que compara
versiones, establece juicios de valor respecto a las diversas interpretaciones
y goza con la particularidad de cada una de ellas.
La música, sin embargo, no se asocia
únicamente a situaciones serias o de sello sublime, sino que también
productiviza el humor descarnado que cruza la novela. Elocuente, por ejemplo,
son las arias de ópera que canta Frau Engelmann en los momentos del proceso
amatorio y de exaltación erótica que, según Meruane, su amante eventual, eran
francamente imposibles de olvidar.
Dentro de su pasión por la música, el
personaje concentra su absoluta admiración en la figura de Mozart. En una
concepción de mundo donde el tema religioso se limita a la caricaturización de las formas en que la
derecha cultiva una religiosidad para fines políticos y económicos, la admiración
del protagonista por el músico austríaco alcanza resonancias que le adjudican
la condición de un iluminado. Pertinentes al respecto son las reflexiones del
filósofo Isaiah Berlin, quien señala que “Cuando los ángeles tocan para Dios,
tocan a Bach. Cuando tocan entre ellos, tocan a Mozart”
Para concluir, quisiera enfatizar que la
escritura de Omar Saavedra Santis activa un amplio dispositivo de recursos
gramaticales, lingüísticos y estéticos, lográndose así un equilibrio perfecto
entre la forma de narrar y los contenidos representados. La claridad
conceptual, la sintaxis revisada hasta la perfección, la riqueza lexical y
la composición narrativa dan cuenta de
una atención especial por la forma novela y sus potencialidades. Por otro lado,
todo este rigor lingüístico, la técnica narrativa privilegiada y la elaborada
inteligencia que sostiene la ficción no evidencian el esfuerzo y el trabajo
sostenido en el momento de su producción. El estilo desplegado en Prontuarios y claveles revela una
condición que en la estética del romanticismo
se definía con el concepto de gracia, es decir una cualidad donde dicha
cualidad que alcanzan algunos artistas enmascara y disimula el trabajo que hay
detrás. Tras la facilidad con que se nos muestra el acto artístico hay un ethos
que lo configura, pero que en la dinámica de la gracia jamás debe mostrarse. En
la novela de Omar Saavedra la técnica narrativa actúa en contrapunto con un
cierto y necesario olvido de la misma. De esta manera, rigor y sentido
artístico convierten a Prontuarios y
claveles en un objeto artístico donde la calidad escritural establece un
poderoso contrapunto con la solidez en la forma de articular una sugerente
visión de mundo.
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MIS
AGRADECIMIENTOS
Omar Saavedra Santis
Desoyendo las muy precisas instrucciones
de mi entrenador en estos asuntos chilenos de públicas relaciones, no voy a
referirme a las particulares circunstancias, objetivas y subjetivas, bajo las
cuales esta novela por fin aquí presente, fue gestada y nacida, hace ya un par de
años, en una ciudad lejana y distinta en mucho de esta en que ahora nos
encontramos. Para tranquilidad de ustedes, sólo voy a seguir aquella sugerencia
que me recomendaba brevedad.
Una reminiscencia al margen y sin
ninguna malignidad: un buen conocido mío y pintor de arte, cuando nos invitaba
a su atelier a admirar sus últimas creaciones, tenía la costumbre, frente a
cada cuadro suyo que nos presentaba, de entregarnos una dilatadísima y
minuciosa aclaración de lo que habían sido sus motivos, intenciones, convicciones,
objetivos, fundamentos, principios, razonamientos, emociones, ángeles y
demonios que lo habían llevado a pintar lo que había pintado. A menudo eran los
suyos esclarecimientos y análisis tan atractivos que terminaban por hacernos relegar
sus cuadros a los páramos del olvido. Por lo tanto, mi reticencia a referirme a
este libro ni con recuerdos ni explicaciones de ningún tipo justificativo,
obedece a la simple y resignada convicción que, como autor, no considero una
práctica muy meritoria, eso de andar ofreciendo servicios extras de postillón a
los posibles lectores que se aventuren por mis páginas.
Permítanme agregar en esta parte una archisabida simpleza axiomática: para que un libro sea libro debe
cumplir con dos condiciones esenciales, primero debe ser escrito por alguien y
luego leído por otro. Creo no pecar de falsa modestia, cuando me atrevo a
suponer que de ambas, es la primera condición la más fácil de cumplir, pues
sólo requiere del solitario empeño del autor. Mucho más compleja me parece la
segunda condición, porque para que ella se cumpla es menester que lo escrito
por el autor se transforme efectivamente en un libro. Por cierto me estoy
refiriendo al viejo libro de papel, un objeto cuyo futuro la mórbida modernidad
digital ha ido llenando de interrogantes agoreras. Pero ese es un tema para
otra ocasión. Hoy quiero referirme a las dificultades cada vez mayores que, en
países como el nuestro, presupone la conversión de un manuscrito literario en
libro. Son estas a mi juicio, dificultades múltiples de ninguna índole técnica y
mucho menos de exclusivo arbitrio editorial, sino de carácter estrictamente
sistémico-ideológico, (para utilizar una expresión tan “endemoniada” como demodé.)
Digo esto, porque por obra y desgracia de nuestra esperpéntica concepción
de modernidad, también el libro -como tantas otras cosas que algunos alucinados
considerábamos y nos emperramos en seguir considerando una necesidad
inalienable del proceso de humanización del Hombre- también el libro, digo, ha mutado en una
mercancía más en el trapicheo omnímodo en que ha devenido nuestra existencia y
razón de ser. Ni siquiera una de mucho valor intrínseco, ya que hablamos de una
mercancía, a la que la avasalladora industria global de la comunicación y el
comercio cultural le ha ido asignado un rol cada vez más prescindible en el
negocio de conquista, domesticación, compra y venta de conciencias, al detalle
y al por mayor, que se realiza en las vastas dimensiones sin fronteras del cyberspace.
Desde su mera nacencia han sido muchos los avatares que el libro ha debido
y debe enfrentar antes de convertirse en uno (y también después). Ocurre a
veces, cuando algunos de los que lo escriben aún están vivos (sin que esto
signifique necesariamente que lo sean), esta sola contemporaneidad los condena
a compartir el destino incierto de sus criaturas. Sobre esto decía Brecht en las
cuatro líneas de una de sus “Elegías de Hollywood” en 1942: (permítanme que las
lea primero en el idioma en que fueron pensadas y escritas, digamos como un
pequeño saludo a una lengua, un autor y una cultura con los que estoy endeudado
para siempre):
“Jeden Morgen, mein Brot zu
verdienen,
Fahre ich zum Markt, wo Lügen gekauft werden.
Hoffnungsvoll
Reihe ich mich ein unter die Verkäufer.”
Fahre ich zum Markt, wo Lügen gekauft werden.
Hoffnungsvoll
Reihe ich mich ein unter die Verkäufer.”
En castellano, esto suena más o menos así:
“Cada mañana, para
ganarme el pan,
Viajo al mercado donde
se compran mentiras,
Lleno de esperanzas,
Tomo mi lugar entre
los vendedores”.
Tal estado general de cosas que atañen al libro se hace particularmente
difícil, aquí, en la fértil provincia y
señalada en la región antártica famosa. Creo no cometer ningún delito de
leso patriotismo, si ahora, a propósito de esto, saco a colación la opinión de varios
poetas y escritores nuestros, partiendo por Huidobro, cuando dicen que este es
un país donde, culturalmente hablando, se vive de manera muy precaria. De esta congénita
precariedad republicana nuestra, dio también cuenta en sus días el porteño de
Buenos Aires, Roberto Arlt; y si alguno quisiera poner en duda su argentina
objetividad para referirse a nuestras chilenas miserias, agrego que hace muy
pocos días, el historiador Alfredo Jocelyn-Holt, en su acostumbrado tono
patricio recordaba y hacía suya esa desoladora estadística aproximativa que
cifra más o menos en dos mil el número efectivo de lectores de libros
existentes en Santiago, una ciudad de ocho millones de habitantes. Esta
precariedad de la que hablamos se hace patética cuando el director saliente del
Museo Nacional de Bellas Artes advierte que la principal tarea del próximo
director será “salir a la calle a buscar plata”. Esta precariedad se torna ofensiva
y obscena cuando se escuchan las estruendosas salvas de palacio con que se
anuncian y celebran los porcentajes de nuestro sostenido crecimiento económico.
Y esta precariedad alcanza ribetes siniestros, cuando precisamente la
secretaria ejecutiva del Libro y la Lectura de nuestro Consejo Nacional de la
Cultura y las Artes, propone una delicada solución final al conflicto
estudiantil que vivimos en estos días, con una conocida frase cuchillera
referida a su principal dirigenta: “Muerta la perra, se acaba la leva”.
Si esta precariedad nuestra de cada día no alcanza a convertirse en
desesperanza, es sólo gracias a que todavía nos quedan algunos porfiados en el
país que insisten en pintar de azul los
hospitales, que se empecinan en darle
gracias a la vida, o que desde la escena se preocupan de asegurarnos que esta
vida es sueño por vivir; sin olvidar, por supuesto, a los anónimos artistas que
se niegan alegremente a capitular ante el adocenamiento de la trivialidad dominante
y se arriesgan a garrapatear en los muros ciegos de la prepotencia política: “las
putas al poder, sus hijos fracasaron”.
Para terminar estas marginales divagaciones, quiero decir que si esta
novela mía se transformó en el libro que hoy lanzamos a alguna parte, sólo fue
posible gracias a la solidaridad moral y práctica de aquellos amigos,
encabezados por Enrique Fernández, con los que compartimos la certidumbre de que
una vida sin libros “sería un error”. (Que es lo que Nietzsche, con la máxima
justicia, dice sobre la música). Quiero agradecer también la prolija y
bondadosa lectura que ha hecho Cristian Montes de estos “Prontuarios”, y las
palabras de José Miguel Varas, a quién le debo, en muchos sentidos, mucho más
de lo que él imagina. Y agradecer finalmente vuestra presencia en este pequeño
acto ceremonial, para compartir este breve ejercicio de humanidad llamado
libro.
Santiago, 6 de septiembre del 2011