23 de noviembre de 2012

Pornografías (1)

 
 
PORNOGRAFÍA DE LA CARIDAD
Ya se acerca, ya viene.
El último día deste mes de noviembre y el primero del próximo diciembre tendrá lugar el evento cúspide de la televisión chatarra chilena: la llamada “Teletón”. Como casi todos los programas y formatos que conforman la oferta gruesa de los canales nacionales, también este es de prístino origen estadounidense. En este caso, el modelo a imitar es una iniciativa misericordiosa de un entonces conocido hacedor de morisquetas llamado Jerry Lewis, que en 1966 llamó por cadena televisiva a hacer donaciones cash en beneficio de enfermos indigentes afectados por distrofia muscular diversa. La chilena variación actual apunta al financiamiento solidario de la rehabilitación de niños lisiados de escasos recursos.
Una lectura prima vista nos dice que se trata sin duda de objetivos dignos de todo elogio. No por acaso caridad y compasión ante el prójimo doliente fueron conceptualizadas ya por los presocráticos como virtudes, y por lo mismo ingresadas posteriormente por todas las religiones mayores en el catálogo de requisitos para postular a un cupo de salvación eterna al otro lado del espejo.
Hasta ahí las cosas, nada habría de reprochable en la elementalidad de ese instinto ético. Sin embargo, también muy tempranamente el inseparable alter ego del hombre predicador de virtudes (ese inmoralillo que todos llevamos dentro) descubrió otras aplicaciones prácticas del ejercicio de las mismas. Menos célicas, más aterrizadas. Así, con rapidez inaudita pero no inesperada, caridad y compasión devinieron en melifluos instrumentos de poder, en enemas de la mala conciencia, en fina cirugía plástica de nuestros abscesos civilizatorios. Si hojeamos a la ligera en la historia de nuestra humana sociedad (o humana suciedad) vemos que retorcerle la nariz a eso que consideramos virtudes, deformarlas hasta que se conviertan en exactamente lo contrario, ha sido desde siempre una praxis corriente en la producción de pensamiento utilitarista, especialmente el de carácter político o religioso.
Sólo así puede entenderse que el retintín virtuoso del llamado de la Teletón al chileno del montón a abrir su corazón y su billetera, no sea más que una cínica sordina del espantoso trompeteo publicitario con que el empresariado nacional y transnacional anuncia y celebra su supuesta caridad y compasión con infantes minusválidos. Virtudes devenidas en ingeniosos artilugios contables y tributarios en beneficio propio. (The chilean way, dicen los que saben).
Durante las interminables horas del spot publicitario más largo de la historia de la televisión, desfilarán -¡qué duda cabe! - ante las cámaras, figuras y figurines de la farándula política y de la subcultura nacional, que embetunados de maquillaje y piedad declararán su maratónico amor a los infantiles prójimos desvalidos, que esperan anhelantes por la monedita que les haga posible un tratamiento médico, unas muletas, una prótesis o una silla de ruedas. Como refuerzo visual se mostrarán imágenes de pequeños lisiados sonrientes que agradecerán la bondad de la dádiva. Este voyerismo hará perfecta la pornografía de la caridad.
Por otra parte, este largo show de la misericordia servirá una vez más para exculpar al estado (inútil por naturaleza, dicen los que dicen saber) por el incumplimiento de otro de sus tantos deberes intrínsecos.
A comienzos del pensamiento creador, los griegos entendían que la tragedia (en cuanto objeto de arte escénico) era conducir al espectador al acto purificador de la compasión y la caridad. Pero la modernidad, entre otras buenas y malas cosas, nos ha llevado también a entender que el vero objetivo de la tragedia representada por el Hombre en el escenario de su biografía inconclusa, sólo puede ser la eliminación de las causas que dan origen a la caridad y la compasión.
Entiéndanse estas fatigadas líneas, como un aporte personal a la otra maratón: ese largo camino a la Humanidad que tenemos por delante.