PORNOGRAFÍA DE LA CARIDAD
Ya se acerca, ya viene.
El último día deste mes de noviembre y el primero
del próximo diciembre tendrá lugar el evento cúspide de la televisión chatarra
chilena: la llamada “Teletón”. Como casi todos los programas y formatos que conforman
la oferta gruesa de los canales nacionales, también este es de prístino origen
estadounidense. En este caso, el modelo a imitar es una iniciativa
misericordiosa de un entonces conocido hacedor de morisquetas llamado Jerry
Lewis, que en 1966 llamó por cadena televisiva a hacer donaciones cash en beneficio de enfermos indigentes
afectados por distrofia muscular diversa. La chilena variación actual apunta al
financiamiento solidario de la rehabilitación de niños lisiados de escasos
recursos.
Una lectura prima vista nos dice que se trata sin
duda de objetivos dignos de todo elogio. No por acaso caridad y compasión ante
el prójimo doliente fueron conceptualizadas ya por los presocráticos como
virtudes, y por lo mismo ingresadas posteriormente por todas las religiones
mayores en el catálogo de requisitos para postular a un cupo de salvación
eterna al otro lado del espejo.
Hasta ahí las cosas, nada habría de reprochable en
la elementalidad de ese instinto ético. Sin embargo, también muy tempranamente
el inseparable alter ego del hombre
predicador de virtudes (ese inmoralillo que todos llevamos dentro) descubrió
otras aplicaciones prácticas del ejercicio de las mismas. Menos célicas, más
aterrizadas. Así, con rapidez inaudita pero no inesperada, caridad y compasión
devinieron en melifluos instrumentos de poder, en enemas de la mala
conciencia, en fina cirugía plástica de nuestros abscesos civilizatorios. Si
hojeamos a la ligera en la historia de nuestra humana sociedad (o humana
suciedad) vemos que retorcerle la nariz a eso que consideramos virtudes,
deformarlas hasta que se conviertan en exactamente lo contrario, ha sido desde
siempre una praxis corriente en la producción de pensamiento utilitarista, especialmente
el de carácter político o religioso.
Sólo así puede entenderse que el retintín virtuoso
del llamado de la Teletón al chileno del montón a abrir su corazón y su
billetera, no sea más que una cínica sordina del espantoso trompeteo
publicitario con que el empresariado nacional y transnacional anuncia y celebra
su supuesta caridad y compasión con infantes minusválidos. Virtudes devenidas
en ingeniosos artilugios contables y tributarios en beneficio propio. (The chilean way, dicen los que saben).
Durante las interminables horas del spot
publicitario más largo de la historia de la televisión, desfilarán -¡qué duda
cabe! - ante las cámaras, figuras y figurines de la farándula política y de la
subcultura nacional, que embetunados de maquillaje y piedad declararán su maratónico
amor a los infantiles prójimos desvalidos, que esperan anhelantes por la
monedita que les haga posible un tratamiento médico, unas muletas, una prótesis o una silla de
ruedas. Como refuerzo visual se mostrarán imágenes de pequeños lisiados sonrientes
que agradecerán la bondad de la dádiva. Este voyerismo hará perfecta la pornografía
de la caridad.
Por otra parte, este largo show de la misericordia servirá
una vez más para exculpar al estado (inútil por naturaleza, dicen los que dicen saber) por el incumplimiento de otro de sus
tantos deberes intrínsecos.
A comienzos del pensamiento creador, los griegos
entendían que la tragedia (en cuanto objeto de arte escénico) era conducir al
espectador al acto purificador de la compasión y la caridad. Pero la modernidad,
entre otras buenas y malas cosas, nos ha llevado también a entender que el vero
objetivo de la tragedia representada por el Hombre en el escenario de su biografía inconclusa, sólo puede ser la
eliminación de las causas que dan origen a la caridad y la compasión.
Entiéndanse estas fatigadas líneas, como un aporte
personal a la otra maratón: ese largo camino a la Humanidad que tenemos por delante.