14 de enero de 2014

TALENTO CHILENO (1)

TALENTO CHILENO:
MEMORIA Y DESMEMORIA

Se afirma con cierta pesada insistencia que eso que llamamos pueblo chileno padece del síndrome de la mala memoria. (Yo mismo pertenezco a esos pesados y a ese pueblo). Largo es el listado de las variaciones de tal patología y muy ancho el abanico de sus características mórbidas y sociales. Con afán notable hemos prosperado en el cultivo del olvido histórico: un logro cultural que no tiene parangón en el acontecer de la América Latina desde hace quinientos y pico de años. Nuestra autobiografía colectiva pareciera ser un palimpsesto de páginas en blanco y un muestrario de ruedas de carreta (de todo grandor y no siempre redondas) que tragamos con la felicidad del fiel que cumple con el sacramento que le ordena alguna fe subsidiaria de las convicciones que no se tienen y de las razones que no se desean. Barrunto que acaso sea esa forma amorfa de ser lo que somos y sobre todo lo que no somos, lo que mejor refleja nuestra identidad.

La canícula del verano santiaguino, pero también el resplandor de algunos incendios al “sur del Bio Bio” (y el consiguiente enérgico llamado de la autoridad política, administrativa y policial a combatir estos con látigo, aceite y pólvora) me ha llevado en los últimos días al ocio de hojear libros que, aunque leídos y releídos (obsoletos dicen algunos), vuelven a sorprenderme con su caleidoscopía memoriosa. Entre ellos, uno que obliga a recordar a aquellos ministros, fiscales y yanaconas de turno que la historia se maneja por leyes distintas a la de los códigos penales. Aquí va un trozo desa otra porfiada memoria humana, la de la poesía, más exacta que los manuales gramáticos del olvido. 

PERO volvieron.
                            (Pedro se llamaba.)
Valdivia, el capitán intruso,
cortó mi tierra con la espada
entre ladrones: "Esto es tuyo,
esto es tuyo, Valdés, Montero,
esto es tuyo, Inés, este sitio
es el cabildo".
Dividieron mi patria
como si fuera un asno muerto.
"Llévate
este trozo de luna y arboleda,
devórate este río con crepúsculo",
mientras la gran cordillera
elevaba bronce y blancura.
Asomó Arauco. Adobes, torres,
calles, el silencioso
dueño de casa levantó sonriendo.
Trabajó con las manos empapadas
por su agua y su barro, trajo
la greda y vertió el agua andina:
pero no pudo ser esclavo.
Entonces Valdivia, el verdugo,
atacó a fuego y a muerte.
Así empezó la sangre,
la sangre de tres siglos, la sangre océano,
la sangre atmósfera que cubrió mi tierra
y el tiempo inmenso, como ninguna guerra.
Salió el buitre iracundo
de la armadura enlutada
y mordió al promauca, rompió
el pacto escrito en el silencio
de Huelén, en el aire andino.
Arauco comenzó a hervir su plato
de sangre y piedras.
                                   Siete príncipes
vinieron a parlamentar.
                                    Fueron encerrados.
Frente a los ojos de la Araucanía,
cortaron las cabezas cacicales.
Se daban ánimo los verdugos. Toda
empapada de vísceras, aullando,
Inés de Suárez, la soldadera,
sujetaba los cuellos imperiales
con sus rodillas de infernal harpía.
Y las tiró sobre la empalizada,
bañándose de sangre noble,
cubriéndose de barro escarlata.
Así creyeron dominar Arauco.
Pero aquí la unidad sombría
de árbol y piedra, lanza y rostro,
transmitió el crimen en el viento.
Lo supo el árbol fronterizo,
el pescador, el rey, el mago,
lo supo el labrador antártico,
lo supieron las aguas madres
del Bío Bío.
Así nació la guerra patria.
Valdivia entró la lanza goteante
en las entrañas pedregosas
de Arauco, hundió la mano
en el latido, apretó los dedos
sobre el corazón araucano,
derramó las venas silvestres
de los labriegos,
                               exterminó
el amanecer pastoril,
                                    mandó martirio
al reino del bosque, incendió
la casa del dueño del bosque,
cortó las manos del cacique,
devolvió a los prisioneros
con narices y orejas cortadas,
empaló al Toqui, asesinó
a la muchacha guerrillera
y con su guante ensangrentado
marcó las piedras de la patria,
dejándola llena de muertos,
y soledad y cicatrices. ”

El capítulo nerudano es en verdad mucho más largo que las líneas de arriba. Continúa hasta el día de hoy y se prolongará seguramente hasta más allá de mañana.