12 de enero de 2012

NO SÓLO PARA TEATREROS



Desde hace algún tiempo, dicto un pequeño seminario en el Programa de Magíster de Artes, con mención en Dirección Teatral, de la siempre benemérita Universidad de Chile.
Para mí, una experiencia miserablemente mal pagada y extraordinariamente enriquecedora.
El trabajo con jóvenes creadores teatrales, es libar de una inagotable fuente de Juvencia.
Experiencia por lo tanto, que no termino de agradecer.
Ahora sucede que este Programa está en peligro de desaparecer del mapa académico.
Así al menos lo anuncia una carta firmada por un coronel y una coronela de la 
Facultad de Artes de la U. de Chile.
Como al susodicho Programa de Magíster y al Departamento de Teatro,
me unen puramente lazos afectivos,
la carta del coronel y la coronela logró irritarme de muy buena manera.
----------

A PROPÓSITO DE LA CARTA DE LOS CORONELES
 

         A fines de 1996, en Berlín, gracias a un encuentro tan casual como grato con un viejo amigo del Teatro El Galpón de Montevideo, me enteré, así al pasar, de la existencia del Programa de Magister en Dirección Teatral de la Universidad de Chile. Debo decir que esta pequeña noticia (por llamarla de alguna manera) me alegró pero no me sorprendió. Consideré este Programa como una señal más del acelerado mejoramiento académico con que la Universidad de Chile se esforzaba en aquel tiempo, por llevar a cabo el difícil (aún inconcluso) proceso de recuperación plena de sus potestades esenciales, subyugadas por los diecisiete años de plomo de la dictadura militar del capital. Tarea particularmente ardua al interior de un sistema educacional que todavía hoy insiste en privilegiar los valores del mercado por sobre los humanos. Tampoco me sorprendió saber que este Programa de Magister en Dirección Teatral de nuestra Universidad era, a la fecha de su creación, el primero de esta naturaleza en Chile y me atrevo a suponer, también en América Latina. Por cierto este primer lugar tiene poca y ninguna importancia como valor estadístico. Su verdadero y gran mérito reside en su significación pionera para el arte teatral chileno e internacional. Por lo demás, con la creación de este Programa de Magister, la Universidad de Chile sólo ha continuado reafirmando su compromiso con la creación cultural del país al que pertenece y al que se debe. 
     Ahora debo reconocer que sí ha logrado sorprenderme la lectura de la ominosa carta del Director de Posgrado y de la Decana de la Facultad de Artes, en la que se comunica su decisión personal de cerrar el mencionado Programa de Magíster de Dirección Teatral. Pecando de una ingenuidad quizá extemporánea, siempre creí que el durísimo retorno a la práctica de la democracia (por mucho que esta nos siga pareciendo a muchos enclenque, cegatona y torpe) tenía visos de solidez que hacían poco probable una resurrección de los que fueron sus enterradores.
           La carta en cuestión me demostró que estaba equivocado.
          Aunque precario en su formalidad administrativa, este papel deja entrever la misma bruta intencionalidad que animaba los antiguos decretos militares de orden y mando, garrapateados y firmados con manu militari, por los que fue regida y sometida la vida académica de la Universidad de Chile en un pasado por desgracia aún muy cercano. La carta no entrega razones plausibles. No puede hacerlo, simplemente porque no existen razones que justifiquen la amputación de un órgano sano de un cuerpo vivo. Un órgano de uso perfectible, por supuesto, como todos los que sirven a la complejidad de la vida. Pero al margen de estos considerandos fisiológicos, lo verdaderamente inquietante de este “bando” taxativo, es su oscuro propósito de tapiar y negar un pequeño espacio de formación y libertad de expresión ad libitum a muchos de los futuros creadores teatrales de Chile y América Latina. Frente a tal intención, la respuesta de la comunidad universitaria en general y la teatral en particular, no puede ser si no la de siempre: la resistencia creativa ante la estulticia en ropaje académico. 
         No obstante, me empecino en creer que los firmantes de la carta en cuestión, no han reflexionado aún sobre los veros alcances de su capricho administrativo. Si lo hacen, que es lo que esperamos todos los creadores teatrales que nos sentimos ofendidos por tal capricho, la benedicta carta no pasará de ser una ínfima nota prescindible al pie de página de la autobiografía de nuestra Universidad.  

5 de enero de 2012

A PROPÓSITO DE ENCUESTAS


EL CARTELITO

El alemán Christoph Schlingensief (1960-2010) fue un “artista de acción”. Tal definición es lo suficientemente holgada como para albergar todas las variaciones interpretativas que a uno se le antojen, o ninguna. Por lo mismo es bastante precisa para describir la actividad artística que Schlingensief desplegó a lo largo de su breve residencia en la tierra. Con envidiable desparpajo y no poco talento metió las manos y las patas en el cine, el teatro, la ópera, la televisión, la dramaturgia, la performance callejera, y por supuesto también en los muladares de la televisión. Pero lo que caracterizó su quehacer artístico fue, sin duda alguna, su extraordinaria capacidad de provocación intelectual y política. Schlingensief era en este difícil arte de la comunicación una suerte de Rey Midas: todo lo que hacía se transformaba en un gargajo en el ojo del establishment, en una bravata al orden natural o espurio de las cosas (incluída en estas por cierto, el cáncer que lo liquidó).
Advierto aquí que estas pocas líneas están lejos de ser un piadoso in memoriam de Schlingensief. Tampoco son un loor obnubilado de su obra, la que ofreció siempre –fiel a sí misma- un generoso espacio común para el enfrentamiento de sus detractores y admiradores. Si hago esta necrológica evocación de Schlingensief es porque acabo de terminar la siempre indigesta lectura de la última encuesta de “opinión pública” que mes a mes se realizan en este país en el que vivo y que junto a otros diecisiete millones insisto en llamar mío aunque, mirado el asunto de cerca, este enunciado de posesión sea más que dudoso. Fue, pues, esta lectura la que me llevó a recordar que en 1997 Schlingensief fue detenido por la policía alemana por encargo expreso de un fiscal pequeñito por dentro y por fuera (muy parecido a otros) que lo imputó por “incitación al magnicidio” y por el “delito de sedición”.
El origen de estas imputaciones fue un cartelito que Schlingensief había mostrado en una de sus famosas Kunstaktionen (“acciones artísticas”) en el marco de la Documenta de 1997; a saber, una de las muestras más importantes de arte contemporáneo que se realiza quinquenalmente en la ciudad de Kassel.
El cartelito en cuestión decía:
“Tötet Kohl!” (“¡Maten a Kohl!”).
Recordemos que a la sazón el democratacristiano Helmut Kohl era el canciller todopoderoso de la nueva Alemania reunificada. El cartelito de Schlingensief levantó la polvareda que él esperaba y fue motivo suficiente para que la derecha alemana hiciera tronar sus trompetas morales llamando a impartir un correctivo ejemplar al insoportable contestatario ácrata (el mismo que tiempo antes había organizado excursiones natatorias de indignados para ir a mostrarle el culo a Helmut Kohl en su residencia austriaca de verano en el Lago Wolfgang, como delicada señal de desaprobación de su forma de gobernar). Afortunadamente los jueces de la causa del Estado alemán contra Christoph Schlingensief, aceptaron la argumentación de la defensa en el sentido que tal invitación al magnicidio no era sino un recurso artístico. Una hipérbole, digamos, que simbolizaba, aunque de modo extremo, la crítica radical del artista a la situación política general del país y a sus gobernantes. Los magistrados reconocieron así el primado de la libertad artística del bufón por sobre las razones de lesa majestad.
Volviendo a las encuestas nacionales mencionadas más arriba, todos sabemos que ellas han registrado una altísima temperatura del ánimo popular frente a los “gestores” políticos tanto del gobierno como de la oposición, y ante la precariedad funcional de las instituciones y poderes del chileno estado. No cabe duda que en la actualidad esta temperatura se acerca con rapidez al nivel crítico que precede a las explosiones sociales que suelen hacer historia. (Ingobernabilidad la llaman los siúticos melindrosos). Después de leer tales estadísticas fue que me recordé de la ominosa invitación artística que aquella vez Schlingensief hizo a los alemanes en Kassel.  Pensé que quizá también en Chile ha llegado el momento de escribir un cartelito parecido. Mejor varios.