Desde hace algún tiempo, dicto un pequeño seminario en el Programa de Magíster de Artes, con mención en Dirección Teatral, de la siempre benemérita Universidad de Chile.
Para mí, una experiencia miserablemente mal pagada y extraordinariamente enriquecedora.
El trabajo con jóvenes creadores teatrales, es libar de una inagotable fuente de Juvencia.
Experiencia por lo tanto, que no termino de agradecer.
Ahora sucede que este Programa está en peligro de desaparecer del mapa académico.
Así al menos lo anuncia una carta firmada por un coronel y una coronela de la
Facultad de Artes de la U. de Chile.
Como al susodicho Programa de Magíster y al Departamento de Teatro,
me unen puramente lazos afectivos,
la carta del coronel y la coronela logró irritarme de muy buena manera.
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A PROPÓSITO DE LA CARTA DE LOS CORONELES
A fines de 1996, en Berlín, gracias a un encuentro tan casual como grato con un viejo amigo del Teatro El Galpón de Montevideo, me enteré, así al pasar, de la existencia del Programa de Magister en Dirección Teatral de la Universidad de Chile. Debo decir que esta pequeña noticia (por llamarla de alguna manera) me alegró pero no me sorprendió. Consideré este Programa como una señal más del acelerado mejoramiento académico con que la Universidad de Chile se esforzaba en aquel tiempo, por llevar a cabo el difícil (aún inconcluso) proceso de recuperación plena de sus potestades esenciales, subyugadas por los diecisiete años de plomo de la dictadura militar del capital. Tarea particularmente ardua al interior de un sistema educacional que todavía hoy insiste en privilegiar los valores del mercado por sobre los humanos. Tampoco me sorprendió saber que este Programa de Magister en Dirección Teatral de nuestra Universidad era, a la fecha de su creación, el primero de esta naturaleza en Chile y me atrevo a suponer, también en América Latina. Por cierto este primer lugar tiene poca y ninguna importancia como valor estadístico. Su verdadero y gran mérito reside en su significación pionera para el arte teatral chileno e internacional. Por lo demás, con la creación de este Programa de Magister, la Universidad de Chile sólo ha continuado reafirmando su compromiso con la creación cultural del país al que pertenece y al que se debe.
Ahora debo reconocer que sí ha logrado sorprenderme la lectura de la ominosa carta del Director de Posgrado y de la Decana de la Facultad de Artes, en la que se comunica su decisión personal de cerrar el mencionado Programa de Magíster de Dirección Teatral. Pecando de una ingenuidad quizá extemporánea, siempre creí que el durísimo retorno a la práctica de la democracia (por mucho que esta nos siga pareciendo a muchos enclenque, cegatona y torpe) tenía visos de solidez que hacían poco probable una resurrección de los que fueron sus enterradores.
La carta en cuestión me demostró que estaba equivocado.
Aunque precario en su formalidad administrativa, este papel deja entrever la misma bruta intencionalidad que animaba los antiguos decretos militares de orden y mando, garrapateados y firmados con manu militari, por los que fue regida y sometida la vida académica de la Universidad de Chile en un pasado por desgracia aún muy cercano. La carta no entrega razones plausibles. No puede hacerlo, simplemente porque no existen razones que justifiquen la amputación de un órgano sano de un cuerpo vivo. Un órgano de uso perfectible, por supuesto, como todos los que sirven a la complejidad de la vida. Pero al margen de estos considerandos fisiológicos, lo verdaderamente inquietante de este “bando” taxativo, es su oscuro propósito de tapiar y negar un pequeño espacio de formación y libertad de expresión ad libitum a muchos de los futuros creadores teatrales de Chile y América Latina. Frente a tal intención, la respuesta de la comunidad universitaria en general y la teatral en particular, no puede ser si no la de siempre: la resistencia creativa ante la estulticia en ropaje académico.
No obstante, me empecino en creer que los firmantes de la carta en cuestión, no han reflexionado aún sobre los veros alcances de su capricho administrativo. Si lo hacen, que es lo que esperamos todos los creadores teatrales que nos sentimos ofendidos por tal capricho, la benedicta carta no pasará de ser una ínfima nota prescindible al pie de página de la autobiografía de nuestra Universidad.
Ahora debo reconocer que sí ha logrado sorprenderme la lectura de la ominosa carta del Director de Posgrado y de la Decana de la Facultad de Artes, en la que se comunica su decisión personal de cerrar el mencionado Programa de Magíster de Dirección Teatral. Pecando de una ingenuidad quizá extemporánea, siempre creí que el durísimo retorno a la práctica de la democracia (por mucho que esta nos siga pareciendo a muchos enclenque, cegatona y torpe) tenía visos de solidez que hacían poco probable una resurrección de los que fueron sus enterradores.
La carta en cuestión me demostró que estaba equivocado.
Aunque precario en su formalidad administrativa, este papel deja entrever la misma bruta intencionalidad que animaba los antiguos decretos militares de orden y mando, garrapateados y firmados con manu militari, por los que fue regida y sometida la vida académica de la Universidad de Chile en un pasado por desgracia aún muy cercano. La carta no entrega razones plausibles. No puede hacerlo, simplemente porque no existen razones que justifiquen la amputación de un órgano sano de un cuerpo vivo. Un órgano de uso perfectible, por supuesto, como todos los que sirven a la complejidad de la vida. Pero al margen de estos considerandos fisiológicos, lo verdaderamente inquietante de este “bando” taxativo, es su oscuro propósito de tapiar y negar un pequeño espacio de formación y libertad de expresión ad libitum a muchos de los futuros creadores teatrales de Chile y América Latina. Frente a tal intención, la respuesta de la comunidad universitaria en general y la teatral en particular, no puede ser si no la de siempre: la resistencia creativa ante la estulticia en ropaje académico.
No obstante, me empecino en creer que los firmantes de la carta en cuestión, no han reflexionado aún sobre los veros alcances de su capricho administrativo. Si lo hacen, que es lo que esperamos todos los creadores teatrales que nos sentimos ofendidos por tal capricho, la benedicta carta no pasará de ser una ínfima nota prescindible al pie de página de la autobiografía de nuestra Universidad.